viernes, 9 de marzo de 2012

CRONICA DE UNA LIBERTAD: Bute

Crónica de una libertad- marzo 1966 Primera plana pagina 55 con foto al pie de foto: Juan C. Quintá. ex militante Bute: Insight.

   El peligro estaba tan cerca que se percibía como una opresión invisible: el lenguaje que había elegido lucida, y deliberadamente, se estaba transformando en una prisión. De pronto, Esperilio Bute, cuatro años después de haberse enrolado en las filas del movimiento Espartaco, aceptó la insalvable paradoja: la expresión pictórica de su voluntad de reivindicación socialista era compulsivamente coartada por los mismos medios que había inventado para manifestarse. Corría 1962 cuando el desbordante entrerriano tuvo su iluminado insight: “En realidad -recuerda el pintor-, nunca había podido lograr que mis personajes tuvieran una pala entre las manos”. Finalmente comprendía que “si no tiene talento, con el costumbrismo como único embalaje de reacción, el grupo cae en el realismo socialista y muere”. Esa tendencia, surgida con ímpetu en 1959, y que compartió su apogeo con el informalismo, fue -según el exmilitante- “el primer paso para una nueva figuración que no engranó en el devenir histórico de la estética”.
    Al año siguiente de su decisión Esperilio Bute colgó su última exposición argentina: los salones de Wildesntein dieron cuenta de un intento que todavía no había logrado su propio torrente. Tenia entonces 32 años y eligió viajar: era, tal vez, el mejor camino para obtener una perspectiva serena de su vocación. Llego a España y durante siete meses, la recorrió con pasión. “Me pase todo el tiempo yendo a las corridas y pintando -refiere, reviviendo su entusiasmo-: Había descubierto los toros, los toreros y los novilleros; estaba con ellos y los pintaba. Pero la nueva fuerza que lo invadía no era suficiente para hacerle olvidar otra asfixia: “No existía un solo diario que se pudiera leer y los pintores españoles, en España, no se conocen”. Bute abandono Madrid.
    En París lo esperaba una oportunidad un enorme y luminoso taller en la Cour des Miracles, laberíntico caserón ubicado en Montmatre, que había resistido, en 1886, la demolición de la Exposición Universal, junto con la Torre Eiffel. En sus dependencias, ahora convertidas en una leyenda de la bohemia parisiense, vivieron y trabajaron el aduanero Rousseau, Gauguin, Soutine, Cesar Vallejo y decenas de ilustrísimos nombres de la pintura y la poesía. La mitología de ese santuario penetró tan profundamente en los habitantes del quartier, que a Bute le allano su presentación en el vecindario para conseguir de éste voluntariosas donaciones de muebles que pertrecharan su flamante taller. El acto poético. Metido en un olla de universalidad, apreciado en silencio por un muchedumbre de pintores, Bute hizo su segundo hallazgo: “Sin proponérmelo -reconoce-, en Europa descrubrí que soy folklorico. Sin pensar, actuaba; la pintura fluía naturalmente y yo la dejaba salir con libertad”. También se dio cuenta que los 19 años que había vivido en Entre Rios, antes de radicarse en Buenos Aires, lo habían marcado con una riqueza que volvía a aflorar después de una década, con nueva frescura y vigencia.
     Protegido por un contrato con la galería Wildenstein, no necesitó preocuparse por exponer, “como los argentinos que lo hacen en Paris, para poder consignarlos en sus catálogos de Buenos Aires”: se dedicó, holgadamente, a pintar y a vivir en libertad. Dejando atrás, definitivamente, una incierta pintura “comprometida”, se atrevió a buscar la verdad de su creación en otra incertidumbre, esta vez mas fecunda, entendiendo que “no se puede concebir una pintura de la Argentina, sino una pintura en la Argentina”. Pese a que Bute debió enraizarse en París para acceder a ese deseo de universalidad, el pintor no teme caer en la trampa de las influencias y los estilos: sus últimas obras expuestas -durante enero y febrero- en su reciente visita a Buenos Aires (por ejemplo, el Retrato de un ex amigo, cuyo rostro aparece violentamente tachado, y los bocetos en tempera que navegaran en La barca de los locos) parecen demostrarlo.

   En su último viaje, que emprendió de un modo imprevisto, sólo pudo traer, enrollados apresuradamente, dibujos y temperas: el lirismo y la vigorosa espontaneidad que derraman, permiten imaginar, sin embargo, que se trataba apenas de una muestra homeopática de la opera magna que no pudo transportar y que quedó en el taller del magatérico reducto parisiense. En estos días, cuando Bute regrese a Paris, ya no lo hará como un intento de evasión de un estilo paralizante:cualquiera que haya visto el reciente testimonio de su creación puede comprender que el pintor esta de vuelta de esas conjeturas.

Bute. 1979. Tepoztlan. técnica mixta. 

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